“Tengo embriones congelados desde hace años. No sé qué hacer con ellos. Mi hija ya tiene 5 años, soy una mamá grande y no voy a usarlos. Para mí sería un alivio y una alegría que vos los puedas usar”, le dijo Marina a Silvina, después de la larga y sentida charla que tuvieron cuando se conocieron en la casa de unos amigos en común.
Fue hace un año y medio. Hoy, Silvina Steinbaum, de 44 años, es mamá de Joaquín, un bebé de cuatro meses, que nació gracias a una embriodonación realizada con los embriones que Marina tenía criopreservados hacía siete años y con los que no podía decidir qué hacer. Si no es para uso propio de los titulares, la ley de reproducción asistida –sancionada en 2013– solo permite donarlos a un tercero y hasta que conoció a Silvina y escuchó su historia, no se había decidido a hacerlo.
¿Qué hacer con los embriones congelados que no tienen destino? ¿Cuánta gente sabe que existe la posibilidad de ser padres por embriodonación? ¿Qué porcentaje de parejas los donan? Los especialistas consultados por LA NACION coinciden en que todas estas preguntas son difíciles de responder porque falta un registro público y una ley que regule el futuro de estos embriones, que actualmente no pueden ser descartados ni donados a la ciencia. Y, justamente, una de las principales problemáticas es que muchas personas dejan de pagar la criopreservación.
“Los centros de reproducción asistida no descartan los embriones porque hay un vacío legal. Una ley es necesaria porque definiría los límites de tiempo para el almacenamiento y qué hacer fehacientemente con los embriones”, explica Gustavo Martínez, doctor en biología, vicepresidente de Red Latinoamericana de Reproducción Asistida y director de Fertilis.